domingo, 11 de marzo de 2012

El visitante

Nueve. A veces me olvido de estas cosas inolvidables. Como cuando nos llamaron de la escuela porque Camila se había lastimado en un recreo. Fuimos en ambulancia de la escuela el Hospital Tornú y allí decidieron aplicarle dos puntos en la perilla. Ella se asustó, lloraba –tenía siete años – entonces le dije “Mirá el colibrí”. Había una ventana justo a la altura de sus ojos. “¿Dónde?”. Con fervor de mentiroso le dije “Allí, allí” y ella buscó y, según me dijo, lo encontró. Aún hoy me dice que vio un colibrí mientras la suturaban.
Pero eso no fue lo único: al llegar a casa, un colibrí batía sus alas, agotado, frente a un ventanuco. Creí que estaba imaginándolo, pero no. ¡Había un colibrí dentro de la casa! Había entrado por la puerta abierta que daba a la terraza y no sabía cómo salir del patio techado con policarbonato. Lo tomé con mis manos – el pajarito estaba de veras agotado –; le sacamos una foto, abrí el vidrio y lo solté. La cadena de acontecimientos nos hizo sentir extrañamente reconfortados. Y con la sospecha de que había un hilo que unía cosas fuera de nuestra capacidad de interpretación. 

2 comentarios:

  1. Ay... No existen las casualidades, sin dudas. Y este misterio no es pasajero. Y tal vez ni sea misterio ;) Hermosa, bella anécdota,tiernamente narrada.

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  2. A veces no parecen casualidades, como mínimo. Gracias!

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