jueves, 9 de febrero de 2012

La ofensa sin fin

Sexto. Hablábamos con R. de nuestras más vergonzantes metidas de pata. La mía, que fue sin querer, como todas las metidas de pata, ocurrió en mi último verano como residente de Lincoln, hace unos treinta años, y continúa hasta hoy. Fue en medio del estruendo del carnaval, entre comparsas, carrozas y mascaritas que tiraban espuma a medio mundo.
Agitado por el gentío y el barullo, no dejé de saludar a una mujer a la que confundí con una profesora del secundario: la Trompa Martínez. Luego de una breve y animada charla, me di cuenta de que en realidad era una amiga de mi hermana. Asombrado de mi propio error, exclamé:
–¡Uy, perdón, te confundí con la Trompa! ¡Vos sos Patricia!
Me sentí mal, porque la Trompa era célebre por su poca agraciada fisonomía. Para enmendar la confusión, me hundí en el infierno con la siguiente frase:
–¡Pero ella es más fea que vos!
Nunca pude olvidar su mirada. Era la sombra misma de la ¿decepción? ¿incredulidad?
Y así hubiera terminado este equívoco y mi anécdota. Cada vez que recordaba mi desafortunada frase sentía el toque del remordimiento. Había herido y me había herido. De grande uno sabe que no hay mujeres feas, que hay matices. Una infinita variedad de matices que un adolescente es incapaz de percibir. De grande, básicamente, uno sabe que no se le puede decir a una mujer que es fea.
No volví a encontrarme con Patricia hasta hace muy poco, cuando velábamos a mi padre, que pasó sus últimos años en Lincoln. Ella entró igual a sí misma, y la reconocí. Sin margen de duda. ¡Qué oportunidad preciosa de reparar aquella ofensa! Después de sus palabras afectuosas, consoladoras, le dije aquel engañoso elogio:
–Estás igual que hace treinta años.
 Me miró con una seriedad helada y se fue de mi lado, mientras yo empezaba a maldecirme por haber duplicado la ofensa que Patricia no había olvidado en absoluto.

2 comentarios:

  1. Releo y me sigo riendo... No es para pegarse tanto, Vaccarini. Todos tenemos más de una metida de pata por el estilo en nuestro haber.
    Este párrafo: "De grande uno sabe que no hay mujeres feas, que hay matices. Una infinita variedad de matices que un adolescente es incapaz de percibir. De grande, básicamente, uno sabe que no se le puede decir a una mujer que es fea." es... ¿sublime? Sí, creo que lo es.

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  2. JAJAJA. ¡Esas metidas de pata jamás se olvidan!
    Aunque hay que admitir que, después de algún tiempo y cuando las recordás, te causan risas incontrolables.
    Me gusta el blog :)

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